Cada emoción, pues, nos conduce a un tipo distinto de respuesta. Analicemos algunas.
ENOJO:
Aumenta el flujo sanguíneo a las manos, hace más fácil empuñar un arma o golpear a un enemigo. Aumenta también el ritmo cardíaco y la adrenalina, generando la cantidad de energía necesaria para acometer acciones vigorosas.
MIEDO:
La sangre se retira de la cara (palidez) y se dirige hacia las piernas favoreciendo la huída. A la vez el cuerpo parece paralizarse, aunque sólo sea un instante, para calibrar la respuesta más adecuada. Se fija toda la atención en la amenaza.
FELICIDAD:
Inhibición de los sentimientos negativos, se calman los estados que producen preocupación, aumenta la energía disponible. Sensación de tranquilidad que hace que nos recuperemos antes de las emociones perturbadoras. El cuerpo tiene una gran disposición para afrontar cualquier tarea.
AMOR:
Se activa el sistema parasimpático (el opuesto a la respuesta de “lucha o huida” propio de la ira o el miedo). Estado de calma y satisfacción que favorece la convivencia.
SORPRESA:
Se arquean las cejas para aumentar el campo visual y permitir que entre más luz en la retina, obtenemos más información del acontecimiento inesperado, para poder obrar en consecuencia.
REPULSIÓN:
Se ladea el labio superior y se frunce ligeramente la nariz, para evitar un olor nauseabundo o para expulsar un alimento tóxico, ya sea literal o metafóricamente.
TRISTEZA:
Disminución de energía y del entusiasmo por las actividades vitales, especialmente las diversiones y los placeres. Enlentecimiento del metabolismo corporal. Es un encierro introspectivo que nos da la oportunidad de asimilar una pérdida irreparable o una esperanza frustrada, sopesar sus consecuencias y planificar, cuando vuelva la energía, un nuevo comienzo. Los hombres primitivos con tristeza se mantenían cerca de su hábitat donde más seguros se encontraban.