Los ilusionistas, los magos, pensamos de forma especial, de forma distinta a la de, como nosotros llamamos, los profanos, los no iniciados, el resto de las personas.
Presentamos nuestros números mágicos ante nuestras audiencias que nunca descubren nuestros secretos. Es más, cuando la magia está bien hecha, de manera profesional y estudiada, el espectador tan sólo se da cuenta de la existencia del secreto una vez es sorprendido por un efecto que no se espera; es entonces, cuando su mente cabal intenta encontrar una solución a la imposibilidad que acaba de contemplar.
Si el juego está correctamente construido gracias al bagaje técnico, ardides, sutilezas y demás arsenal del ilusionista, la mente de dicho espectador abandona al no encontrar una solución plausible y se deja impregnar por la emoción del acto mágico.
El espectador, sea cual sea su formación, desde un simple obrero hasta altos directivos, pasando por octogenarios con muchísimas vivencias se sienten incapaces de descubrir el secreto.
El juego de magia bien presentado no admite las clásicas soluciones de está en la manga o lo has hecho muy rápido. El juego de magia se hace remangado, despacio, eliminando todas las posibles soluciones que se puedan buscar.
El mago no es ni mucho menos más listo que los espectadores. Tampoco utiliza altos misterios, ni ultimísimas tecnologías, ni cómplices o ayudantes secretos.
El mago utiliza únicamente el pensamiento mágico, su gran secreto. Una manera diferente de pensar, alternativa a como piensa todo el mundo. Porque he aquí el gran secreto de los magos, nos aprovechamos de que todo el mundo piensa de manera similar.