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Empatía se cimienta en la conciencia de uno mismo, cuanto mejor conozcamos nuestras propias emociones mejor conoceremos los sentimientos de los demás.

Los que tienen mayor empatía son más apreciados por pares y adultos, y tienen mayor rendimiento académico. Tienden a ser menos agresivos y más prosociales, ayudan y comparten. Tienen más éxito en la escuela y en el trabajo.

La educación de los padres fomenta la empatía, haciendo ver a los niños, por ejemplo, las consecuencias de sus conductas en otras personas. Igualmente la imitación es fundamental.

Cuando los padres fracasan reiteradamente en mostrar empatía hacia una determinada gama de emociones de su hijo, el niño dejará de expresar e incluso de sentir ese tipo de emociones. Los padres pueden alimentar también emociones negativas por reforzamiento.

Los primates son capaces de leer las emociones en el rostro de sus semejantes.

El circuito amigdalocortical resulta fundamental para identificar las emociones y es fundamental para elaborar la respuesta apropiada. La empatía exige la calma y la receptividad para captar los sentimientos de la otra persona; en el caso del enfado no es posible la empatía.

A los dos años los niños empiezan a comprender que los sentimientos ajenos son diferentes a los propios.

El psicópata carece de todo remordimiento ante los actos más crueles y despiadados. Tiene incapacidad para experimentar empatía o compasión. Son mentirosos que manipulan fríamente las emociones de sus víctimas para obtener sus objetivos.

Para que los niños sean más empáticos, atentos y responsables debe haber normas claras y coherentes y no renunciar a ellas. Debemos pedirles que sean responsables, ya desde los 3 años, se deben lavar solos y hacer las tareas simples del hogar. Estas responsabilidades aumentarán con la edad.