Además estos pensamientos automáticos no tienen porque ser sencillos, pueden ser extraordinariamente sofisticados.
El otro día un amigo cantante, con el que hemos compartido eventos en más de una ocasión, me dijo que él se sorprendía a veces en mitad de un concierto actuando para cientos de personas pensando en sus cosas.
Mientras estaba cantando, entonando, transmitiendo, tocando la guitarra, estaba pensado en que tenía que comprar, poner la lavadora o llamar por teléfono a un amigo. Sin embargo los espectadores le decían que la actuación había estado estupenda.
Así son los pensamientos automatizados. Algo que a priori podemos suponer que debe costar un esfuerzo enorme a nuestra mente, en realidad es pan comido para ella. Y todo gracias al fruto del trabajo previo y de la repetición. Pero ahora el cerebro realiza un esfuerzo consciente mínimo. Tan mínimo que la mente está libre para pensar en nimiedades.
Es decir, que cuando usamos únicamente los pensamientos automatizados en nuestras vidas, en nuestros trabajos, la mente humana no está trabajando, por tanto por minimización del gasto, se está debilitando, al igual que la pierna escayolada, al igual que el cerebro de la ascidia.
Nos convertimos en verdaderos robots. Hacemos las cosas por inercia, sin sentirlas. Es como si viviéramos la misma vida una y otra vez, todos los días igual. Es como la película de el Día de la Marmota, un déjà vu continuo. Nuestro cerebro tan activo cuando niños, tan activo cuando aprendíamos, ahora con la edad se ha ido de vacaciones, de no usarlo. Neuronas y más neuronas dormitando.
Y cuando las necesitamos, cuando los pensamientos automáticos no bastan, el cerebro no está en forma. Nuestra mente pensante no está capacitada, es vaga, no puede y abandona.
Abandonamos así los nuevos retos que requieren un sacrificio, abandonamos así afrontar los problemas postergándolos indefinidamente. Nos convertimos en autómatas que deambulan realizando siempre los mismos patrones mentales, los mismos pensamientos automatizados.