Es a través de la educación como la sociedad encauza sus mentes hacia el pensamiento único. Y lo más paradójico y triste es que somos sus propios padres, quienes más les amamos, los que cortamos las alas de sus mentes. Así nos han enseñado a hacer, así nos han alienado.
El otro día vi un niño que estaba dibujando alegremente, con todos sus sentidos puestos en la tarea, y le dijo el padre: “Muy mal, así no, el césped no es rosa, es verde”. Y le quitó el rotulador y le dio el verde. Los padres reprimimos la mente de nuestros hijos, la coartamos.
A los 3 años el niño va ya a la escuela infantil, incluso antes a la guardería. Un niño que es pura alegría, que no puede estar quieto, que quiere ver, tocar, explorar, aprender. Un niño que no puede ni tan siquiera estar 10 minutos parado es obligado a estar horas y horas, sentado, encerrado. “No digas eso, no hagas eso, no pienses eso”. Así durante años.
Esta sociedad les lava su joven, creativo y único cerebro. Son verdaderos miniejércitos de minipersonas adiestrándose para no ser diferentes. Y si el niño no lo acepta, si el niño quiere seguir siendo niño, seguir teniendo la esencia de la humanidad, ese niño tiene un problema, está enfermo, tiene hiperactividad, tiene trastorno por déficit de atención. Hay que medicarlo.
Pero esto sólo es el principio, después de la escuela infantil, viene la primaria, y la secundaria y el instituto. Y el niño está cada vez más… sí, digámoslo, más amaestrado, más domesticado. Su mente está totalmente dirigida hacia el pensamiento único.
Y luego la universidad, y los másters, y el trabajo. Y ya está creado el ciudadano ejemplar, el trabajador perfecto, el consumidor perfecto, sin aspiraciones, con una mente que no siente como propia, que tiene pensamientos prestados. Un ejército de pensadores, sí, pero con un pensamiento único, indiferenciado.