Porque aunque el espectáculo mágico sea un divertimento y un entretenimiento tiene un componente de desafío que lo hace tan atractivo para algunos y tan aversivo para unos pocos.
Atractivo por el goce de descubrir el misterio, de pillar al mago, de desentrañar el puzle que nos plantea el ilusionista, de alimentar el ego de nuestro intelecto.
Y aversivo para otros, porque temen sentirse incapaces de alcanzar el secreto y se lo tomarán como una derrota, una muestra de la ineficiencia de su mente; se lo toman de forma muy personal.
No saben que la magia tan sólo es un divertimento, artístico eso sí, pero sin la pretensión de humillar a nadie.
En la magia no hay vencederos o vencidos. Si descubren el secreto del mago ambos pierden, el mago aparece como un chapucero, le han pillado, y el público perderá vivir la emoción de lo imposible, un estado que lleva a nuestra mente a nuestra infancia cuando todo era posible (ratoncitos pérez, reyes magos, santa claus, gnomos,…)
El espectador se enfrenta al juego de magia, o truco, como ellos lo llaman, para descubrir el secreto y ponen todos sus sentidos para ello.
Si un mago actúa para cien personas, son cien personas atentas, mirando todos los detalles, cien formas distintas de pensar y analizar para encontrar una pequeña brecha en el planteamiento del mago y lanzarse a gritar “te he pillado”.
Porque el trabajo del mago es muy ingrato, si un número tiene 10 técnicas y hace 9 perfectas y una regular, que no es que descubra el efecto, sino que hace sospechar algo raro, todo el efecto se pierde, toda la emoción mágica desaparece, y el espectador victorioso grita “te he pillado”, 9 técnicas redondas y por un pequeño desliz el castillo de naipes de la ilusión se viene abajo.