El buen mago no presenta el juego hasta que tiene dominado todo. Es muy raro verle fallar.
Así que 100 personas presencian el juego, sin pestañear, a la espera de ver una pequeña brecha para poder averiguar el truco. Sorpresa tras sorpresa, efecto mágico tras efecto mágico se van sucediendo y 100 mentes atentas con la misma misión, descubrir el secreto, aunque sólo sea uno, fallan, no hay análisis que valga.
El raciocinio de 100 cerebros ha sucumbido, tan sólo queda el abandono, la mente lógica descansa y da paso a la mente infantil, que cree que todo es posible.
Durante el resto del espectáculo la audiencia disfruta de las sensaciones mágicas sin intentar ya cansarse en una misión imposible para sus mentes. Así es el espectáculo mágico una vez vencida la resistencia a ser engañado.
Es un placer que deja huella; a nuestra mente le gusta abandonarse y dejar de luchar. Los amantes de la magia disfrutan de estas sensaciones.
Nosotros la primera vez que vimos magia en directo así lo sentimos, como una explosión de fuegos artificiales en nuestro intelecto. Las cartas aparecían y desaparecían como chispitas, nuestro corazón se aceleraba, un vacío en nuestro estómago, una sonrisa de felicidad.
Unas emociones tan gratas que cambiaron nuestra vida y nos decidieron a compartir esas sensaciones con otras personas. Ahí comenzó nuestro camino a la magia profesional.