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Con la mente ocurre igual. Una vez que hemos afianzado un conocimiento, éste pasa a las capas internas, y libera las neuronas de la corteza cerebral para nuevos usos. Neuronas libres, sin nada que hacer, a la espera de nuevos retos.
Si estos nuevos retos no llegan, las neuronas están inactivas. No hacen nada. No merece la pena perder energía en alimentarlas. El cerebro es inteligente y reduce su aporte de energía, las neuronas se desactivan, las conexiones sinápticas, que tanto nos costó crear, desaparecen. La mente pensante se debilita.
El otro día acompañamos al médico a una amiga que había tenido una escayola en la pierna durante dos meses. Al quitársela le dije yo de broma: “Vaya la de pelos que tienes”.
Pero lo realmente llamativo era lo delgada que tenía la pierna. De no usarla se había quedado escuchimizada. Igual ocurre con el resto del cuerpo, si no lo utilizamos se deteriora. Esto es todavía más evidente con la mente, que con sólo un 2% del tamaño del cuerpo consume más del 20% de oxígeno y nutrientes.
Si el organismo no usa el cerebro lo idóneo es dejar de nutrirlo o nutrirlo lo menos posible y usar esos alimentos en otros menesteres más necesarios. Un ejemplo extremo de la naturaleza es la ascidia.
Las ascidias son criaturas acuáticas que filtran su alimento del agua del mar, cuando son larvas tienen las mismas características que los peces.
Se desplazan en busca de un nuevo hogar. Cuando encuentran un coral, se adhieren a él y se convierten en sedentarios. Entonces ya no necesitan más su cerebro, y literalmente se lo comen.