El enfado es el estado de ánimo más persistente y difícil de controlar. El enfado resulta energizante. Hay personas que piensan que la ira es ingobernable y hay que canalizarla por una descarga catártica.
La cadena de pensamientos hostiles que alimenta el enfado debe ser evitada, ya que lo retroalimentan. Hay que contemplar las cosas desde otra perspectiva, desde un marco más positivo.
El detonante universal del enfado es la sensación de sentirse amenazado, amenaza física o simbólica para nuestra autoestima. El enfado libera catecolaminas, que ayuda a la descarga de energía para realizar la acción de lucha o huida. Por otro lado la amígdala aporta el tono general adecuado para la respuesta. Este estado de excitación emocional puede durar horas, acentuando la respuesta ante nuevas situaciones, bajando el umbral de irritabilidad, llegando a enfadarse por razones más insignificantes.
En definitiva, el enfado se construye sobre el enfado, aumentando así vertiginosamente la escalada del nivel de excitación fisiológica. La ira, ante la que nuestra razón se muestra impotente, desembocará fácilmente en un estallido de violencia. En este momento, la persona se siente incapaz de perdonar y se cierra a todo razonamiento, sin considerar las posibles consecuencias de sus actos.