Es como una luz interior, que transmitimos también al exterior y es perceptible por nuestros iguales, que nos lleva a la acción constructiva.
Nuestra apariencia, actos, lenguaje y decisiones indican a los demás nuestro estado de ánimo, y les induce a una alegría mimética. La alegría es un virus contagioso que lleva la felicidad a los que entran en contacto con ella.
Sucede cuando nos encontramos en un ambiente familiar y seguro. Aparece en aquellos momentos “perfectos” (un domingo con la familia, una felicitación inesperada) donde sentimos que las cosas son exactamente como deberían de ser y estamos justamente donde deberíamos estar.