El mago nos propone un problema, que nosotros, como espectadores, queremos resolver. Pero ese problema está lleno de pequeñas dificultades, pequeñas trampillas, que nos alejan del camino de la solución.
Muchas veces una mente analítica, resuelta a descubrir el truco, liberada de los prejuicios del pensamiento universal que nos hace pensar de forma única, descubre una posible solución, aunque no sea la que utilizó el mago. ¡Bravo por este espectador!
La meta de ver un espectáculo de magia además de la diversión, de las emociones vividas, es la recompensa a nuestra mente. Si nos acercamos a la solución, si descubrimos otro posible camino, nuestra mente es más libre, más creativa, más feliz.
Se suelta, aunque sea por un momento de los grilletes del amaestramiento de nuestra mente. Esta libertad es un incentivo para seguir luchando por diferenciarnos del resto de personas que poblamos este mundo teledirigido.
El pensamiento mágico es una herramienta que nos ayudará a pensar de forma diferente. A ser más libres. A resolver mejor los problemas que nuestra mente automática no es capaz de resolver.
Aprenderemos también otros métodos de resolver nuestros viejos problemas, quizás incluso de forma más eficaz. Y si no es así, y si tardamos más tiempo, por lo menos haremos que nuestra mente humana vuelva a vivir, a sentirse al mando.
Sólo este esfuerzo ya merece la pena, sólo esta recompensa de estimular nuestra mente vale con creces la pérdida de tiempo de no usar nuestros métodos tradicionales, prestados.
La mente libre, espoleada, cabalgará con brío para afrontar aquellos problemas diferentes, que nos atemorizaban, que evitábamos. Problemas que al resolver mejorarán nuestra verdadera autoestima, no aquella prestada, universal, que nunca hemos sentido nuestra.
Esa mente libre nos hará vivir verdaderamente nuestra vida, porque hemos nacido únicos y deseamos ser únicos
